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23 de abril de 2022

Beneficios psicológicos de la actividad física y deportiva: ¿cómo mejora nuestro estado emocional?

Siguiendo con la línea ya señalada en el artículo de agosto de 2014, la actividad física y deportiva no sólo presenta beneficios para los aspectos cognitivos, sino que también puede ser un gran regulador de nuestro estado de ánimo. 

En este sentido, son muchas las investigaciones realizadas al respecto, en las que se pone de manifiesto que la actividad física y deportiva mejora la autoestima, la percepción corporal, la disminución de emociones negativas como el estrés, la ansiedad, la depresión y el cansancio (De Miguel, Schweiger-Gallo, Mozas-Majano y Hernández-López, 2011; Reynaga-Estrada, Arévalo, Verdesoto, Jiménez, Preciado y Morales, 2016; Reynaga- Estrada, 2011). Algunos de estos beneficios también se han encontrado en poblaciones específicas como son las personas mayores de 65 años o mujeres con cáncer de mama. Con respecto a los primeros, se ha encontrado una relación positiva entre autoestima y actividad física (Silva y Mayán, 2016) y, estos efectos no solo se producen por modificaciones fisiológicas de la práctica física sino también a la motivación psicosocial y al impacto del entorno próximo (Molloy, Beerschoten, Borrie, Crilly y Cape, 1998). Con respecto a las segundas, el estudio desarrollado por Guil, Gil-Olarte, Guerrero y Mestre (2017) muestra que las mujeres con cáncer de mama que realizan ejercicio físico, presentan menores niveles de ansiedad y depresión, así como mayores niveles de satisfacción con la vida, optimismo disposicional y resiliencia. 

Pero, ¿por qué el ejercicio físico y la práctica deportiva son buenos para mejorar nuestro estado emocional? 

Una primera explicación y, la más conocida, tiene que ver con las modificaciones fisiológicas que produce la práctica deportiva.

Para explicarlo, haremos una breve introducción sobre las respuestas afectivas. Dentro de la perspectiva dimensional de las mismas, el modelo de Russell (1980) es el más utilizado y afirma que las respuestas afectivas pueden definirse según dos dimensiones independientes: valencia y activación. Siendo la valencia el grado de placer que se genera ante un estímulo y la activación, el grado de energetización o tensión que prepara para la acción. 

La activación se manifiesta a través de la estimulación del SNA, de tal manera que cuando estamos muy activados, nuestro pulso cardíaco se acelera, la respiración se entrecorta, la tensión muscular aumenta…..Estos parámetros pueden verse modificados por ansiedad, estrés o cuando realizamos actividad física… La diferencia es que en los primeros casos, la acción a realizar no está definida…. Así unas personas pueden bloquearse y no “realizar ninguna acción”, otros pueden estallar y liberar esa tensión de forma agresiva o inadecuada…. Por el contrario, en la actividad física la acción si está definida… ya sea correr, nadar, saltar…. Por tanto, la activación, que permite preparar el cuerpo para actuar, se gasta al realizar la acción, es decir, la actividad física, liberándose y no quedándose acumulada en el organismo o siendo motivo de un problema mayor (discusión, agresión….). Por ello, es importante que cuando uno está excesivamente activado, gaste ese sobrante de energía a través de la actividad física y así conseguir reducir el nivel de activación. 

Pero, además, el ejercicio físico influye en la dimensión valencia. De hecho, son múltiples los estudios donde se pone de manifiesto que la realización de ejercicio físico puede aumentar la segregación de endorfinas, que son unas sustancias químicas, pertenecientes al grupo de “opioides endógenos” que generan una sensación de placer y disminución de la fatiga y el dolor. En otras palabras, la realización de ejercicio físico puede actuar sobre la dimensión valencia (positivo- negativo). 

No obstante, habría que señalar otros aspectos que aunque no sean tan directos sobre el estado de ánimo, también pueden regularlo. Estos aspectos tienen que ver con la motivación, la percepción corporal…. 

El término motivación proviene del verbo latín movere, que significa “moverse”, “poner en movimiento” o “estar listo para la acción”. De acuerdo con esto, a través del movimiento y del ejercicio físico podemos conseguir que una persona mejore su motivación, tenga unas metas que cumplir, y que si, además están bien formuladas en objetivos, dicha persona pueda, si los consigue, mejorar su nivel de autoeficacia (valoración que hacemos sobre nuestra capacidad para desarrollar una acción) así como su autoestima (valoración que hacemos sobre nosotros mismos). Aspectos fundamentales para trabajar, por ejemplo, en personas con depresión. 

Por otro lado, la realización continuada de ejercicio físico mejora la condición y el aspecto físico. La mejora de la percepción corporal está muy relacionada con la autoestima y, por tanto, con el ánimo. Cuanto mejor nos vemos, más nos valoramos y, de esa manera, más contentos estamos. 

Si bien parece claro que el ejercicio físico y la actividad deportiva pueden resultar beneficiosos para mejorar nuestro bienestar personal, hay que señalar que es necesario que dicha actividad esté supervisada por profesionales del campo y que estén adaptados a la persona para sacar los máximos beneficios ya que si no, puede resultar ser contraproducente. En ese sentido, en otro post hablaremos de la influencia del deporte en la salud mental de los deportistas y la importancia de trabajarlo.