EAR psicólogos

10 de agosto de 2014

Beneficios psicológicos de la actividad física y deportiva: ¿cómo mejora nuestra cognición?

En el mes de vacaciones por antonomasia y con la vista puesta en el horizonte del nuevo curso, parece adecuado hablar de los beneficios que supone la realización de ejercicio físico y deporte como parte integrante de nuestra rutina diaria. En nuestro caso, nos centraremos en algunos de los beneficios psicológicos, concretamente, en el presente artículo, trataremos las mejoras que se producen a nivel cognitivo.

Cada vez son más las investigaciones que muestran la relevancia del ejercicio cardiovascular en el mantenimiento o incluso mejora de algunos aspectos de nuestra cognición (Angevaren, Aufdemkampe, Verhaar,  Aleman y Vanhees, 2008; Hillman, Erikson y Kramer, 2008; Smith, Blumenthal, Hoffman, Cooper, Strauman, Welsh-Bohmer, Browndyke y Sherwood, 2010). De hecho, se ha encontrado que tiene efectos positivos en el rendimiento de tareas cognitivas que requieren un control consciente, implicando la activación de las áreas frontales del cerebro (Colcombe y Kramer, 2003). Este hallazgo es muy importante ya que es en esa zona, concretamente, en el área prefrontal donde se encuentran localizadas las funciones ejecutivas, que representan el nivel supraordinado del funcionamiento cognitivo.

Pero, ¿qué son las funciones ejecutivas?
Las funciones ejecutivas son las habilidades cognitivas que pone en práctica una persona para conseguir los objetivos previamente formulados (Lezak, 1995; Baddeley y Della, 1998). Para ello, se encargan de regular la propia conducta, las secuencias para desarrollar acciones futuras o inmediatas, la flexibilidad para establecer modificaciones si se considera oportuno para lograr los objetivos propuestos, las respuestas inhibitorias y la planificación y organización del comportamiento (Vallés, 2006).

Cuando un jugador de tenis, por ejemplo, está entrenando su golpe de derecha, pone en funcionamiento estas habilidades. En primer lugar, se plantea un objetivo: dar la pelota con un golpe de derecha. Para ello, secuencia las acciones que ha de realizar para conseguir dicho objetivo: piernas separadas a la altura de los hombros, cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, giro de hombros adelantando el pie contrario a la mano de golpeo, peso del cuerpo en la pierna trasera, raqueta hacia atrás, movimiento hacia delante de la raqueta, golpeo, cuerdas mirando a la red, peso del cuerpo hacia delante, terminación del movimiento de la raqueta hasta quedarse atrás de la espalda…. Se muestra flexible mostrando variantes del golpe en función de su objetivo, así puede dar una derecha plana, liftada o cortada; inhibe algún gesto mal adquirido previamente, por ejemplo, mover en demasía la muñeca para golpear la raqueta, etc.

También se ha puesto de manifiesto que la actividad física y deportiva supone una mejora de la memoria, especialmente, la visoespacial y la procedimental (Erickson et al., 2011; Roig, Nordbrandt, Svend Sparre, Jens Bo, 2013).  

Pero ¿en qué consisten la memoria visoespacial y la procedimental?
Por un lado, la memoria visoespacial se refiere a la capacidad de elaborar, manipular y retener información visual y espacial. Así, cuando el base marca una jugada, el resto de compañeros llevan a cabo una serie de movimientos que les permiten ubicarse en una zona determinada de la pista. Para conseguirlo, tienen que hacer uso de su memoria visoespacial. Y es que para realizar las jugadas o tácticas en baloncesto, los jugadores han de retener información espacial (donde están los compañeros, los oponentes, el balón y la canasta).

Por otro lado, la memoria procedimental hace referencia a la capacidad de elaborar, manipular y retener información relativa a procedimientos conductuales y cognitivos altamente cualificados, siendo relevante, por tanto, para el aprendizaje de habilidades motoras. Por ejemplo, cuando en un partido, un futbolista recibe un balón y remata a portería pone en juego su memoria procedimental. Los movimientos necesarios para recibir y rematar el balón son recuperados por la memoria procedimental para realizarlos, de forma automática, en ese preciso instante.

Otra de las habilidades cognitivas que mejora con la actividad física es la atención. Según López y García (1997), la atención es un mecanismo directamente implicado en la activación y el funcionamiento de los procesos y/u operaciones de selección, distribución y mantenimiento de la actividad psicológica. Una persona que está atenta a algo, es capaz de seleccionar los elementos relevantes de los irrelevantes, distribuir su foco atencional entre los elementos relevantes y mantener ese foco durante un tiempo. A esto, habría que añadir, como señalan otros autores (Ardila, 1976; Luria, 1979), la capacidad de desatender o inhibir otros elementos no relevantes.

Teniendo esto en cuenta, podemos hablar que, por ejemplo, en esgrima, un tirador está atento o concentrado cuando es capaz de fijarse en el oponente, desatendiendo otros elementos como la grada, otros asaltos cercanos, etc.; distribuir su foco atencional de la mano del oponente al cuerpo, y mantener la concentración durante todo el asalto.

En conclusión, la actividad deportiva y física permite entrenar habilidades cognitivas que son necesarias para muchas áreas de nuestra vida (ej: laboral, académica, social, familiar…). Realizarlo en todas las etapas de la vida es beneficioso, ya que además, suponen un factor de protección para el desarrollo del Alzheimer y otras demencias (Barnes y Yaffe, 2011), retrasando la aparición del deterioro cognitivo debido al envejecimiento.

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