En
el mes de vacaciones por antonomasia y con la vista puesta en el horizonte del
nuevo curso, parece adecuado hablar de los beneficios que supone la realización
de ejercicio físico y deporte como parte integrante de nuestra rutina diaria. En
nuestro caso, nos centraremos en algunos de los beneficios psicológicos,
concretamente, en el presente artículo, trataremos las mejoras que se producen
a nivel cognitivo.
Cada
vez son más las investigaciones que muestran la relevancia del ejercicio
cardiovascular en el mantenimiento o incluso mejora de algunos aspectos de
nuestra cognición (Angevaren, Aufdemkampe, Verhaar, Aleman y Vanhees, 2008; Hillman, Erikson y
Kramer, 2008; Smith, Blumenthal, Hoffman, Cooper, Strauman, Welsh-Bohmer,
Browndyke y Sherwood, 2010). De hecho, se ha encontrado que tiene efectos
positivos en el rendimiento de tareas cognitivas que requieren un control
consciente, implicando la activación de las áreas frontales del cerebro
(Colcombe y Kramer, 2003). Este hallazgo es muy importante ya que es en esa
zona, concretamente, en el área prefrontal donde se encuentran localizadas las
funciones ejecutivas, que representan el nivel supraordinado del funcionamiento
cognitivo.
Las
funciones ejecutivas son las habilidades cognitivas que pone en práctica una
persona para conseguir los objetivos previamente formulados (Lezak, 1995;
Baddeley y Della, 1998). Para ello, se encargan de regular la propia conducta,
las secuencias para desarrollar acciones futuras o inmediatas, la flexibilidad para
establecer modificaciones si se considera oportuno para lograr los objetivos
propuestos, las respuestas inhibitorias y la planificación y organización del
comportamiento (Vallés, 2006).
Cuando
un jugador de tenis, por ejemplo, está entrenando su golpe de derecha, pone en
funcionamiento estas habilidades. En primer lugar, se plantea un objetivo:
dar la pelota con un golpe de derecha.
Para ello, secuencia las acciones que ha de realizar para conseguir
dicho objetivo: piernas separadas a la altura
de los hombros, cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, giro de hombros
adelantando el pie contrario a la mano de golpeo, peso del cuerpo en la pierna
trasera, raqueta hacia atrás, movimiento hacia delante de la raqueta, golpeo,
cuerdas mirando a la red, peso del cuerpo hacia delante, terminación del
movimiento de la raqueta hasta quedarse atrás de la espalda…. Se muestra
flexible mostrando variantes del golpe en función de su objetivo, así puede
dar una derecha plana, liftada o cortada;
inhibe algún gesto mal adquirido previamente, por ejemplo, mover en demasía la muñeca para golpear la
raqueta, etc.
También
se ha puesto de manifiesto que la actividad física y deportiva supone una
mejora de la memoria, especialmente, la visoespacial y la procedimental (Erickson
et al., 2011; Roig, Nordbrandt, Svend Sparre, Jens Bo, 2013).
Pero ¿en qué consisten la memoria
visoespacial y la procedimental?
Por un lado, la memoria visoespacial se refiere
a la capacidad de elaborar, manipular y retener información visual y espacial. Así,
cuando el base marca una jugada, el resto
de compañeros llevan a cabo una serie de movimientos que les permiten ubicarse
en una zona determinada de la pista. Para conseguirlo, tienen que hacer uso de
su memoria visoespacial. Y es que para realizar las jugadas o tácticas en
baloncesto, los jugadores han de retener información espacial (donde están los
compañeros, los oponentes, el balón y la canasta).
Por otro lado, la memoria procedimental hace
referencia a la capacidad de elaborar, manipular y retener información relativa
a procedimientos conductuales y cognitivos altamente cualificados, siendo
relevante, por tanto, para el aprendizaje de habilidades motoras. Por ejemplo, cuando en un partido, un futbolista recibe
un balón y remata a portería pone en juego su memoria procedimental. Los
movimientos necesarios para recibir y rematar el balón son recuperados por la
memoria procedimental para realizarlos, de forma automática, en ese preciso
instante.
Otra de las habilidades cognitivas que mejora
con la actividad física es la atención. Según López y García (1997), la
atención es un mecanismo directamente implicado en la activación y el
funcionamiento de los procesos y/u operaciones de selección, distribución y
mantenimiento de la actividad psicológica. Una persona que está atenta a algo, es
capaz de seleccionar los elementos relevantes de los irrelevantes, distribuir
su foco atencional entre los elementos relevantes y mantener ese foco durante
un tiempo. A esto, habría que añadir, como señalan otros autores (Ardila, 1976;
Luria, 1979), la capacidad de desatender o inhibir otros elementos no
relevantes.
Teniendo esto en cuenta, podemos hablar que, por
ejemplo, en esgrima, un tirador está
atento o concentrado cuando es capaz de fijarse en el oponente, desatendiendo
otros elementos como la grada, otros asaltos cercanos, etc.; distribuir su foco
atencional de la mano del oponente al cuerpo, y mantener la concentración
durante todo el asalto.
En
conclusión, la actividad deportiva y física permite entrenar habilidades
cognitivas que son necesarias para muchas áreas de nuestra vida (ej: laboral,
académica, social, familiar…). Realizarlo en todas las etapas de la vida es
beneficioso, ya que además, suponen un factor de protección para el desarrollo
del Alzheimer y otras demencias (Barnes y Yaffe, 2011), retrasando la aparición
del deterioro cognitivo debido al envejecimiento.
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