Si bien en artículos anteriores hemos hablado de la personalidad
del entrenador, me parece interesante centrarnos más detenidamente en una
característica importante que, en mi opinión, se trabaja de forma inadecuada:
LA AUTORIDAD.
Se refiere a la obligación de obedecer al que manda.
En nuestro caso, al entrenador. Según el psicólogo social Robert Cialdini (2006),
es uno de los 6 principios que explican los procesos de influencia y persuasión.
Por tanto, las personas que tienen autoridad tienen más capacidad de persuasión.
Y ¿cómo funciona el principio de autoridad?
Puede funcionar a través de dos elementos: jerarquía
y símbolos. La jerarquía se
refiere a la autoridad obtenida mediante el conocimiento y la experiencia.
Por ejemplo, un entrenador que se ha
formado a través de los diferentes cursos existentes en cada deporte y lleva
varios años dirigiendo equipos de la máxima competición. Los símbolos que se asocian a la
autoridad aportan credibilidad, como por ejemplo, los títulos obtenidos, la
ropa específica a un determinado colectivo (bata de médico, uniforme de cuerpos
de seguridad, etc.). De acuerdo con esto, la obediencia puede ser a la
autoridad legítima, constituida a partir de su conocimiento o jerarquía, y a
los símbolos asociados con la misma: títulos, credenciales. No obstante, para
que un entrenador sea más influyente ha de basarse en su jerarquía y demostrar su
autoridad en cada momento.
En las etapas formativas iniciales, los entrenadores tienen un nivel de autoridad elevado para sus deportistas, incrementándose con variables sociodemográficas como la edad. No obstante, a medida que esos deportistas van creciendo y su nivel de conocimiento y pericia aumentan, pueden empezar a cuestionar a los entrenadores, o no, pero estos últimos creer que sí. Es aquí cuando muchos entrenadores no saben gestionar bien la situación, el miedo a perder la autoridad les lleva a utilizar imposiciones y técnicas coercitivas como el castigo que, si bien a corto plazo son efectivas, no lo son tanto a largo plazo.
Pongamos un ejemplo, durante un entrenamiento, antes
de comenzar un nuevo ejercicio, el entrenador va a por material, uno de los
jugadores pregunta si pueden beber agua mientras, el entrenador no le contesta
y el jugador interpreta que si puede hacerlo, por lo que varios jugadores se
van a beber agua. A la vuelta, el entrenador les castiga porque no les había
dado permiso y dice que “han pasado” de él. Si bien con esta acción el
entrenador se asegura que probablemente los jugadores no vuelvan a repetir esa
situación, también está fomentando que los jugadores tengan miedo de hacer algo
que disguste al entrenador, disminuyendo la confianza en él. Esto perjudica la
comunicación con el entrenador, lo que a la larga repercute en el rendimiento
grupal.
En este tipo de situaciones, como en la mayoría, lo
más adecuado hubiera sido que el entrenador hubiera preguntado qué ha ocurrido,
por qué se han ido, aclarando de esta forma el malentendido. En otras palabras,
preguntar antes de actuar,
utilizando la comunicación como una herramienta eficaz en la resolución de
cualquier conflicto.
Otra situación que algunos entrenadores no manejan
adecuadamente es cuando cometen un error y ante la corrección de algún jugador,
se ponen a la defensiva, no reconociendo dicho error (que por otra parte, es normal porque somos humanos) y llegando
incluso a abroncar al jugador. Al igual que antes, esta forma de actuar tiene
consecuencias negativas en la comunicación y en mayor medida en el rendimiento
ya que, puede producirse el heurístico de
autoridad, consistente en no corregir el error de un superior (en este
caso, el entrenador) por miedo a la represalia.
En ambos casos, el entrenador, por miedo a perder la
autoridad, actúa de forma coercitiva. Pero la autoridad no solo se consigue a
través del poder directo, es decir,
de la posibilidad de repartir premios o castigos (poder coercitivo) sino a
través de la credibilidad, que a su
vez se obtiene de la competencia que se le atribuye al entrenador y de la
sinceridad con que se le percibe. Por tanto, cuando el entrenador reconoce un
error, está siendo sincero con sus jugadores lo que le confiere mayor
credibilidad y por tanto, mayor autoridad.
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